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  • Foto del escritorLuna Azul

Pride and Prejudice y esa escena de las manos

La versión homónima de 2005 del libro Orgullo y Prejuicio (1813) de Jane Austen tiene la trama, el vestuario, el arte, el elenco, la fotografía, lo tiene todo para ser una película que conmueve. Mi elección no solo se basa en eso, sino en que no deja de conmover. Es una película para mirar mil veces, citar diálogos y acciones, sonreír, emocionarse con las mismas escenas y nunca cansarse. Es una comfort movie. O por lo menos, mi comfort movie (o una de las miles que guardo como una lista en mi cabeza y saco cada vez que las necesito). El cine puede ser muchas cosas pero lo que más me gusta que sea es reconfortante. Es llegar de un día, una semana, un mes malísimos y poner una película o una serie que sin importar su género, te haga sentir un poquito mejor, te distraiga, te haga reír, te haga mirar la pantalla con cara de póker de principio a fin pero sin poder despegar la mirada, te haga de fondo mientras cocinas o miras el celular pero que esté ahí, acompañándote. Orgullo y prejuicio es eso en mi vida. Es descubrir detalles de los sets de fondo cada vez que la vuelvo a ver, en los vestidos, ESOS vestidos pensados para cada personaje especialmente con sus paletas de colores con lo más novedoso para Caroline Bingley y lo que queda medio anticuado o paso de moda y un poco remendado para las Bennet, en los peinados, en los trajes, en las miradas, en los encuadres, en la luz de las velas, en la niebla de la escena final.


Y la mejor escena de todas, la más significativa, diría de hecho, ni siquiera la escena completa, sino treinta segundos de ella, la que resume la relación de los dos personajes principales (Elizabeth Bennet y Mr. Darcy) y la época en la que viven, la que anticipa el final predecible que conozco de memoria, es ESA escena de las manos.



Elizabeth Bennet camina de su casa a Netherfield Park para ver a su hermana Jane que quedó allí al cuidado de los hermanos Bingley y Mr. Darcy debido a la gripe que contrajo al visitarlos. Contra los consejos y deseos de los dueños de casa, Elizabeth se lleva a su hermana en el carruaje en que van a buscarlas su madre y hermanas. Despedidas. Elizabeth sube al carruaje y siente una mano que agarra la suya, desnuda, sin guantes. Este tipo de contacto solo ocurre en los bailes. El dueño de la mano: Mr. Darcy. Ella lo odia. Él tal vez también. Pero cuando se da la vuelta y vuelve a la mansión, mientras el carruaje se va, un gesto imperceptible, contrae la mano. La mano que la tocó a ella.


No importa si estoy mirando el celular, si estoy hablando con alguien, si solo pasaba y la estaban dando en la tele, tengo que dejar todo treinta segundos y mirar la escena de las manos.


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